- ¿Acaso te crees que por andar acostándose con una diferente cada fin de semana está menos triste? ¿Que sus penas son menos penas? No te confundas. Le he visto llegar a las tantas, servirse una copa y tirarse en el sofá durante horas con los ojos empañados.
Miró hacia atrás y todo se había vuelto borroso. Se había difuminado tanto que era incapaz de encontrar lo que buscaba. Todos los recuerdos estaban mezclados, se disolvían, se fundían unos con otros, y no encontró la respuesta a la pregunta por la que se había vuelto a mirar.
Qué desconcertante fue la sensación de que esa parte de su pasado desaparecía.
El mundo se detuvo, pero solo para ella, porque las horas siguieron pasando, parecía que volaban y ninguno de los dos tuvo tiempo de verlas pasar. Se hubiese quedado en ese sofá para siempre, tranquila, como hacía mucho tiempo que no estaba. Pero por más que luchara y se empeñara con todas sus fuerzas por permanecer despierta, el sueño se fue apoderando poco a poco de su cuerpo, de su mente. Y le pareció que el tiempo seguía parado, pero era de día. Podía ser todo así de sencillo, tan sencillo como quedarse dormida. Pero ni esto era un principio ni era un final... ni siquiera es todo lo que ocurrió.
Hubo un terremoto inmenso, sin más, y todo empezó a derrumbarse. El mundo se cayó tan rápido que apenas tuvo tiempo de ver cómo ocurría. Ella corrió a casa y se escondió, y fue lo suficientemente rápida como para cerrar la puerta antes de que el terremoto destrozase su cuarto también. No quiso volver a salir. Sabía que el mundo, tal y como lo conocía, había desaparecido... así que ¿para qué molestarse?